viernes, 28 de agosto de 2009

En el parque


Ayer fui a correr un rato para aliviar el estrés y bajar la barriga. Decidí un recorrido suave y salí decidido. Media hora después llegué a un parque donde me esperaban mi mujer, mis dos hijos y mi suegra. Cuando llegué los niños estaban correteando felices mientras madre e hija hablaban de sus cosas sentadas en un banco. Uno de los mayores columpios estaba ocupado por una pandilla de chicos entre los 12 y los 14 años. Estaban encaramados en la estructura, holgazaneando como es deber en estas fechas veraniegas mientras comían golosinas y bebían refrescos a placer. Nada que objetar claro, están en su derecho. Mis hijos se distraían en otros menesteres y la presencia de los mayores no impedía su disfrute. Al poco rato, la manada decidió que ya estaba bien de tanto parque y tanta cháchara y en un plis-plas cogieron sus bicicletas para disponer la marcha. Mi suegra se percató que ninguno de los chavales hacía el mínimo esfuerzo por recoger toda la basura acumulada bajo el columpio, básicamente latas de refrescos, papeles y envoltorios diversos. En un arranque propio de otras épocas se dirigió (con educación) a alguno de los chicos para recriminarles su actitud y pedirles (por favor) que recogieran su basura y la depositaran en la papelera (a 3 metros de donde ellos estaban). Silencios, risitas y frases sin sentido fueron las únicas respuestas. Mi mujer se solidarizó con su madre y se unió a la protesta. Yo me lo miraba todo absorto, quizás conociendo ya de antemano como iba a acabar el asunto y no sabiendo cómo comportarme. Al final, mi mujer y mi suegra tuvieron que recoger todos los residuos mientras la manada se alejaba pedaleando y jaleando irónicamente. Yo no supe qué hacer. No se me ocurrió nada que no fuese violento. Opté por el silencio. Sin embargo, me sorprendió el argumento (falaz) que esgrimió el macho alfa de la manada para justificar su actitud:

- Así damos trabajo a los basureros, que si no, no tendrían nada que recoger-, declaraba sonriendo por lo bajini.

Mi sorpresa era mayúscula ¿Cómo un chaval de apenas trece años puede ya tener tan claro su futuro y procurarse, sin él saberlo, material con el que trabajar cuando sus padres se harten de su incapacidad académica? Porque díganme: ¿Qué otra alternativa le queda a este subproducto de nuestra sociedad que recoger la mierda que ésta genera?

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