Buenas...
Voy a confesar algo: doy clases en la universidad, o sea, deporte de aventura, alto riesgo.
Terminadas las clases y delante de una buena cena, comentaba el otro día a mis amigos cuánto ha bajado el nivel del alumnado (o ESO creo yo). Me quejaba amargamente de la falta de actitud y escaso compromiso de la mayoría del alumnado con su carrera académica (en mi caso, Biología). Mis interlocutores no daban crédito. Se supone que uno va a la universidad porque quiere y le gusta, no para seguir comiéndose la sopa boba entre cuatro paredes. En fin, nada nuevo. Esto nos llevó a reflexionar sobre la juventud y sus acciones (mala señal, o ya somos viejos o nos sentimos viejos, que es peor). Al final acordamos que la cosa pinta mal, los jóvenes cada vez son más niños aunque se esfuercen en demostrar lo contrario adoptando actitudes que no les corresponden. Supongo que andan perdidos, buscándose a sí mismos y a alguien que los guíe entre la niebla de estos tiempos tan alocados.
Viene todo eso a cuento porque uno de los asistentes a la cena me ha escrito para comentarme un suceso paranormal relacionado con la conversación mantenida acerca de la juventud. Lo anómalo del caso tiene dos vertientes: en primer lugar porque sucede en un tren que marcha bien y sin retraso (¡!), y en segundo lugar porque demuestra que existen jóvenes que piensan, hablan sin escupir y muestran respeto a los demás y a sí mismos. En fin, ahí va la anécdota, tal y como me lo han contado:
“Te cuento lo que me sucedió en el tren camino de Barcelona, hace un par de días. Me senté con tres chicas jóvenes, a punto de entrar en la universidad, majas y más bien guapas. Y ahora viene lo anormal, por inusual. Tres chicas hablando durante más de una hora, de sus cosas, de chicos, de su visita a Barcelona, un poco de la universidad, …. Durante más de una hora no escuché ni un" tía" o "tío", ni "esto es una mierda", ni un "hijo de puta", ni ninguna otra de las lindezas que son tan habituales. Antes de apearme les felicité por el buen rato que me habían hecho pasar.”
La anécdota termina aquí. Me quedo con las ganas de saber la cara que se les quedo a estas chicas después de recibir los elogios. ¿Se sorprendieron? ¿Alucinaron? Se lo he preguntado a mi amigo. Si me lo cuenta, os lo cuento.
2 comentarios:
Voy a confesar algo: voy a clase a la universidad, o sea, deporte de aventura, alto riesgo.
Terminadas las clases y delante de una buena hamburguesa, comentaba el otro día a mis amigos cuánto ha bajado el nivel del profesorado. Me quejaba amargamente de la falta de actitud y escaso compromiso de la mayoría del profesorado a pesar de su carrera académica, sus libros publicados y sus investigaciones. Mis interlocutores asentían mientras engullían. Se supone que uno está en la universidad porque quiere y le gusta enseñar e innovar . En fin, nada nuevo. Esto nos llevó a reflexionar sobre el apoltronamiento y sus consecuencias.
Al final acordamos que la cosa pinta mal, los profes cada vez son más neutros aunque se esfuercen en demostrar lo contrario adoptando actitudes que no les corresponden. Supongo que andan perdidos, buscándose a sí mismos y a alguien que los guíe entre la niebla de estos tiempos tan monetarizados.
Totalmente de acuerdo, José Antonio. La cosa pinta mal, todos andamos perdidos. Sólo puedes exigir a los demás si al primero que exiges es a ti mismo, seas profesor, estudiante o fontanero. Aún así, el "feed-back" es fundamental.
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